Cuando nos enfrentamos a la tarea de elegir escuela comenzamos a escuchar palabras como: proyectos, talleres, rincones de actividad, fichas, teorías, métodos, enfoques,… Y un sinfín de términos que nos suenan a chino y que en el fondo pensamos que son una estrategia de marketing de las escuelas para cobrarnos más por algo tan simple como cuidar, dar de comer y enseñar los colores a nuestros hijos e hijas mientras nosotros trabajamos.
A medida que vamos visitando más y más escuelas y nos cuentan los milagros y virtudes de sus métodos y proyectos educativos (sí, curiosamente hay un plan para enseñar los colores a nuestros hijos e hijas) nos entran las dudas y buceamos en Internet buscando información.
En este punto comienza la búsqueda de respuesta a la gran pregunta: ¿Cuál es la mejor escuela para mi hijo?
Desde hace décadas el paradigma aceptado socialmente en educación era el conductista, siendo sustituido actualmente por el constructivista.
Quizás un momento clave para dar el salto de una corriente conductista con un modelo pedagógico pasivo tradicional a un enfoque o paradigma constructivista con diferentes modelos pedagógicos alternativos activos, fue la filosofía Montessori.
A finales del siglo XIX, Montessori introdujo en la práctica educativa una forma nueva de entender la labor pedagógica. El rol del profesor y el papel que le otorgaba al alumno suponían un cambio importante en educación y quizás fue el impulso que necesitaba el constructivismo.
Desde estos paradigmas y las teorías que los sustentan, además del método Montessori han ido apareciendo múltiples métodos pedagógicos: Mackinder, Dalton, Pikler, Waldorf, Sudbury, Fontán, Kumon, Doman, Reggio Emilia, Cooperativo, etc…
¿Cuál es el mejor?
Sinceramente no creo que ninguno sea mejor que el otro, simplemente diferentes. Todos tienen cosas buenas y probablemente todos, cosas que deberían mejorar, o al menos revisar y reformular teniendo en cuenta los avances científicos y el momento actual.
No pienso que debamos descartar todos los métodos o corrientes pedagógicas que conocemos hasta el momento, pero sí que actualmente disponemos de un conocimiento del cerebro sin parangón histórico y que debemos aprovecharlo. ¿Por qué no desarrollar un modelo nuevo con las aportaciones de modelos anteriores y los estudios sobre el funcionamiento del cerebro que nos ofrece la neurociencia?.
Nuestro entorno ha cambiado, nuestras necesidades también lo han hecho e incluso es probable que nuestro cerebro también haya evolucionado y cambiado, por lo tanto: ¿Qué sentido tiene seguir usando métodos que no se ajustan a nuestro momento histórico-social?.
Actualmente sí me volviesen a hacer esta pregunta creo que sabría qué contestar…
¿Cuál es la mejor escuela?
La que tenga un equipo educativo preocupado por facilitar el aprendizaje, que conozca el funcionamiento del cerebro humano, capaz de crear estrategias que le permitan mantener la atención del alumno y de proporcionarle un ambiente cambiante e innovador.
¿Por qué?
Porque hoy sabemos que aprender supone construir y reconstruir. Qué aprender es transformarse y adaptarse constantemente al ambiente. Qué aprender implica: estímulo, procesamiento y evocación. Que para aprender necesitamos prestar atención al estímulo y para mantener la atención necesitamos motivación.
Una parte fundamental del aprendizaje es la memoria de habituación. Si el cerebro aprende que nada cambia en un aula, se evadirá y perderá la atención totalmente y por lo tanto: no aprenderá.
Por ello, lo más importante de una escuela no es el método, su proyecto, su filosofía, su ideario, sus instalaciones,… Lo más importante es el profesor. Si el equipo educativo es bueno, sabrá facilitar el aprendizaje del alumnado en las peores condiciones y si no lo es, no importará el método o las herramientas de que disponga porque será incapaz de motivarlo.
Sin duda, la mejor escuela es aquella que tenga el mejor equipo educativo.